ÁLVARO MUTIS














La obra de Álvaro Mutis, como la de todo gran poeta, es un rescate del paraíso perdido de la infancia a través de la imaginación y de la memoria; pero en pocos casos como el suyo este rescate comporta un esfuerzo tan titánico como el que implica la salvación de un mundo disgregado en dos orillas y forjado a través de largos viajes por el mar, porque la infancia de Álvaro Mutis no fue, en verdad, nada común. Hijo del abogado y diplomático colombiano Santiago Mutis Dávila y de doña Carolina Jaramillo Ángel, nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923 y cuando apenas contaba dos años de edad se trasladó con su familia a Bruselas siguiendo al padre, que había sido nombrado miembro de la legación colombiana en esa ciudad.

De esta manera, sus primeros años van a transcurrir entre el orden y la disciplina del colegio Saint Michel de Bruselas, donde recibe la educación primaria, y el ambiente de distensión de la finca de caña y café de Coello, fundada por su abuelo en el departamento del Tolima, en la zona de Colombia conocida como Tierra Caliente, adonde la familia viajaba cada año en barco desde el puerto flamenco de Amberes para disfrutar sus vacaciones de verano.

Esta temprana errancia dará a los recuerdos de su niñez el aspecto de un tapiz abigarrado, en el que se entreveran de manera indisoluble los lánguidos paisajes de la campiña europea con la pujante naturaleza de la Tierra Caliente que propicia la vida y la destrucción de una manera acelerada; las brumosas y frías llanuras de Flandes cruzadas por lentas barcazas, con el bochorno estridente de los puertos tropicales adonde llegan los barcos tras una larga travesía por los mares; la severa majestad de las catedrales y palacios de piedra que atestiguan el paso de los siglos, y los ríos torrentosos de los Andes que arrasan las montañas en tiempos de creciente; los hechos de guerreros y de reinos que tienen la pátina de los años, y el mundo sofocante de los trópicos que todo lo deslíe y lo desgasta con su hálito letal y destructor. Amalgama nutrida y poderosa a la que vendrá a sumarse la experiencia de desgarramiento y pérdida del exilio, que aparecería en su vida desde muy temprano para repetirse varias veces. Tenía tan solo nueve años cuando la muerte repentina de su padre obligó a la familia a abandonar Bruselas para establecerse definitivamente en Colombia. De esta manera, el primer luto grave de su vida va unido a la ausencia de un universo completo: el mundo de las ordenadas ciudades europeas y de las largas travesías en barco a las que se había acostumbrado y sin las cuales le resultaba difícil concebir la vida.

La segunda de estas pérdidas sería Coello, su finca y paraíso natural entre cafetales, cámbulos, trapiches y guaduales, de donde la familia hubo de partir en la década del cuarenta a causa de la violencia secular del país para establecerse definitivamente en Bogotá; y la tercera sería la de su patria, orilla insoslayable de sus afectos y añoranzas de donde el poeta tuvo que alejarse definitivamente en 1956 para eludir la responsabilidad del juicio por supuesto fraude económico que su excesivo idealismo le había llevado a enfrentar con la compañía petrolera para la que trabajaba.

Sin embargo, estas experiencias, por dolorosas o estimulantes que resulten, no serían suficientes para producir el milagro de una escritura poética si no se vieran potenciadas en su vida
por el hábito de la lectura, esa «existencia paralela que corre al lado de la cotidiana, sólo en apariencia más real que aquélla» a través de la cual Mutis entró en contacto con los capitanes introspectivos de Conrad, los viajeros impenitentes de Salgari, los locuaces marineros de Melville, los paisajes antillanos de Saint-John Perse, el absurdo de la vida de Kafka y la desesperanza de Malraux, nutrido linaje que, junto a las experiencias de su existencia azarosa e intensa, permitiría que, poco a poco y a lo largo de años de lenta gestación, fuera emergiendo de su zona más profunda, como el efrit de una lámpara antigua, la figura de Maqroll el Gaviero, ese marinero enigmático de origen indeterminado que vive siempre errante entre los trópicos y los puertos de Marsella, Cádiz y Amberes, y que, pese a evocar con frecuencia su pasado, parece haber perdido para siempre el camino de regreso.

Porque, como señala Proust, los hombres no escriben sobre lo que ven, sino sobre lo que han leído de lo mismo que ven, y en las lecturas de Melville, de Conrad, de Perse, de Malraux y en sus devastadoras visiones de los trópicos malayos o en las idílicas estampas de la Martinica natal del poeta antillano francés, Mutis encontró un reflejo de sus vivencias en la Tierra Caliente colombiana y de los puertos tropicales del Atlántico y del Pacífico, donde recalaban los barcos en su larga travesía desde Amberes y donde la naturaleza desmesurada, seductora y avasalladora, a la vez, exalta el ciclo de la vida y la muerte. Estas imágenes, unidas al contrapunto entre la pesadumbre y el desafío que caracterizan al sentimiento del hombre en el exilio, irán apareciendo como telón de fondo de los lugares donde medita o delira Maqroll en busca del sentido de su vida.

La creación de un espacio de orillas dilatadas y de un personaje forjado con los mismos trazos de ese mundo, que al carecer de origen y de patria puede encarnarlas a todas, es la enorme tarea de rescate emprendida por Mutis desde el momento en que escribió su primer poema, La creciente, a la edad de 19 años y en el que se advierte el propósito de celebrar la prodigiosa e incontrolable naturaleza de las aguas del río Coello, que circundaba la finca de ese mismo nombre donde pasó los momentos más vívidos de su infancia: «Todo llega a la Tierra Caliente empujado por las aguas del río que sigue creciendo: la alegría de los carboneros, el humo de los alambiques, la canción de las tierras altas, la niebla que exorna los caminos, el vaho que despiden los bueyes, la plena, rosada y prometedora ubre de las vacas».

La creciente es la voracidad del tiempo que todo lo arrastra y desquebraja en su torrente. Pero el agua en movimiento es también símbolo de la memoria que torna hacia una tierra feliz que existió en el pasado y que ahora se opone con la luminosidad de sus imágenes a la destrucción y a la muerte. De esta manera, el poeta asomado a la baranda del puente de los años viaja en dirección contraria a las aguas del río que crece y se desborda, y no ve ya la destrucción y el desastre, sino «el vaho que despiden los bueyes», es decir, el trabajo de los agricultores y «el humo de los alambiques», es decir, la destilación del aguardiente en los ingenios donde se macera la caña y se extrae el azúcar.


Superar la degradación y la muerte por medio del conjuro poético, que reconstruye lo perdido en el crisol de las palabras y lo revela ante nosotros como una nueva realidad, más fuerte y perdurable, que ha derruido todo con el tiempo, es también la tarea que se ha propuesto Álvaro Mutis desde sus primeros versos; trabajo que en gran medida corresponde a su personaje Maqroll el Gaviero, cuyo nombre de sonoridad extraña no connota ningún lugar ni territorio conocido; su apodo, no menos misterioso, nos habla de su oficio de gaviero, es decir, del marinero que desde la gavia otea el horizonte lejano de los mares; y se convierte no solo en el personaje que concilia y da sentido a las orillas distantes y lejanas del universo mutisiano, sino también en la conciencia del poeta, en la figura que Mutis ha encontrado para expresar, con el recato que permiten las terceras personas, su pesadumbre existencial, su sentimiento de pérdida y caída, su experiencia del exilio, y su visión lúcida y desencantada de la vida.

Como criatura surgida de los sueños, Maqroll se parece a su creador en sus obsesiones no en su edad ni en su figura, que además de ser la de un vagabundo está cerca de la vejez, pues su autor consideraba tan grandes las pérdidas sufridas en su juventud que no encontraba oportuno asociarlas en su imaginación a la figura de un hombre joven, sino a alguien viejo y perdulario que en el trascurso de la vida ha ido perdiendo mucho más. Maqroll, por esta causa, nace viejo, trashumante, desencantado, lleno de achaques y dolencias, rememorando siempre experiencias lancinantes de su pasado o brevísimos instantes en los que la felicidad fue posible. Sabemos de su escepticismo, su ironía, sus trabajos anómalos y su intuitivo carácter, que lo lleva a romper repentinamente con sus empresas para embarcarse al pronto en nuevas aventuras que no conducen a ninguna parte. Pero no conocemos su rostro, su pasado o su lugar de origen, pues el autor nos va entregando su silueta con moderada y sabia contención, como los trazos de un sueño recurrente que torna cada tanto a nuestra vida sin que sus sombras lleguen nunca a revelarnos su secreto.

Maqroll es un símbolo del desarraigo y de la pérdida del hombre en nuestro tiempo, un emblema del exilio vivido por Mutis que hace su aparición en la extraña oración-poema de su nombre incluida en Los elementos del desastre (1953) e inicia un dilatado tránsito por la poesía que incluye numerosas apariciones en varios libros, como Reseña de los hospitales de ultramar (1959), Caravansary (1981) y Los emisarios (1984), antes de echarse a andar definitivamente en la novela, años más tarde, en La nieve del almirante (1986), y extenderse hasta Tríptico de mar y tierra (1993), formando una saga de siete novelas que parece no tener fin.

En este largo proceso, que tarda más de cuatro décadas en gestarse, la figura del Gaviero, sustentada en un sistema de autorreferencias que se nutre de sus propias apariciones, va ganando cada vez más protagonismo dentro de la poesía de Mutis, hasta llegar a nuclearla en torno a su nombre en Summa de Maqroll el Gaviero, sin que esta preponderancia nos permita nunca llegar a conocer del todo al enigmático personaje que desde su aparición inicial empieza a confundirse con su autor en su desarraigo, su dolor, su lucidez, su desesperanza, sus oficios extraños y su actitud de incansable viajero.

Hablar de Maqroll es, entonces, hablar de Mutis, solo que en el plano poético; quizás por eso desde su irrupción en el mundo de las letras la biografía del poeta colombiano comienza a carecer de importancia, pues aunque se trata de una criatura que emerge de una zona muy profunda de Mutis y puede manifestarse solo a través de la literatura, su fuerza es tan grande que poco a poco va apoderándose de ese espacio hasta adueñarse de él casi completamente.

No resulta entonces procedente señalar en estas páginas, como lo hemos hecho en la cronología que acompaña a este trabajo, que desde su llegada a México Mutis conoció la cárcel, el exilio, el amor y por último el reconocimiento literario, y que antes realizó una cantidad de trabajos extraños, como locutor de una serie policíaca o vendedor de películas de una multinacional norteamericana para todo el continente; pues lo importante es que Maqroll ha sabido transmutar a través de sus andanzas esos padecimientos y acogerse al amparo de ciertos bálsamos como la memoria, la música y el amor, que lo redimen y colman su vida de sentido.

La errancia de Maqroll por la poesía y la novela es, en verdad, muy dilatada: el mar y los desiertos, las minas y la selva, las tierras altas y las tierras bajas, el páramo y los puertos, el río torrentoso que enlaza estos lugares; pero, aunque su aventura se refiera a atravesar la selva en busca de unos enigmáticos aserraderos que se desvanecen en el aire o a escarbar la grieta de una mina que no logra desentrañar jamás, su desafío es siempre el mismo: enfrentarse a la inminencia de la muerte, previendo sus signos e intentando adivinar su forma, porque el Gaviero sabe que hay una esencia de destrucción oculta en toda empresa humana, aunque es imposible de adivinar; y su lucidez consiste, precisamente, en descifrar esa esencia y aceptarla con serenidad sin retroceder ante su devastación.

En su largo tránsito por los mares y los sitios más escabrosos de la tierra Maqroll ha sufrido la enfermedad, las plagas, la fiebre, la malaria, la locura e incluso la propia muerte lo que no le ha impedido aparecer vivo nuevamente y proseguir su errancia, su subversión de las costumbres, su defensa de la libertad a ultranza que lo convierte en un autoexiliado del paraíso de seguridad y confort anhelado por los hombres. Porque lo que realiza el Gaviero con la expiación de sus males, con el padecimiento de sus plagas y el desarrollo de sus desatinadas empresas no es otra cosa que un sorprendente proceso alquímico que, como señala Martha Canfield, termina por extraer el oro de la escoria al trocar los sórdidos materiales de su miseria en el oro luminoso de la sabiduría que nos ofrece en cada uno de sus poemas y relatos.Además de la figura del Gaviero existen en la poesía de Mutis otros signos cohesionadores como el agua, la música y la noche que aparecen al final de su obra en libros como Los emisarios (1984) y Un homenaje y siete nocturnos (1986), que representan un ideal de pureza capaz de poner en orden nuestros sueños y que nos sumen en la espiritualidad de un recorrido místico que viene a serenar la imaginación enfebrecida del Mutis personificado en el Gaviero, a rescatarlo del tiempo y sus argucias, y a reconciliarlo con la eternidad y con el orden de lo trascendente.











EXILIO


Voz del exilio, voz de pozo cegado,
voz huérfana, gran
voz que se levanta
como hierba furiosa o pezuña de bestia,
voz sorda del exilio,
hoy ha brotado como una espesa sangre
reclamando mansamente su lugar
en algún sitio del mundo.
Hoy ha llamado en mí
el griterío de las aves que pasan en verde algarabía
sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano,
sobre las heladas espumas que bajan de los páramos,
golpeando y sonando
y arrastrando consigo la pulpa del café
y las densas flores de los cámbulos.
Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,
un espeso remanso hace girar,
de pronto, lenta, dulcemente,
rescatados en la superficie agitada de sus aguas,
ciertos días, ciertas horas del pasado,
a los que se aferra furiosamente
la materia más secreta y eficaz de mi vida.
Flotan ahora como troncos de tierno balso,
en serena evidencia de fieles testigos
y a ellos me acojo en este largo presente de exilado.
En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido
Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia
y luego Perpignan, Argelés, Dakar, Marsella.
A su rabia me uno, a su miseria
y olvido así quién soy, de dónde vengo,
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
grita hasta el alba su vocerío vegetal;
su destronado poder, entre las ramas del sombrío,
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre.

Y es entonces cuando peso mi exilio
y mido la irrescatable soledad de lo perdido
por lo que de anticipada muerte me corresponde
en cada hora, en cada día de ausencia
que lleno con asuntos y con seres
cuya extranjera condición me empuja
hacia la cal definitiva
de un sueño que roerá sus propias vestiduras,
hechas de una corteza de materias
desterradas por los años y el olvido.

(De Los trabajos perdidos)













ORACIÓN DE MAQROLL


Tu as marché par les rues de chair

René Crevel, Babylone

No está aquí completa la oración de Maqroll el Gaviero.
Hemos reunido sólo algunas de sus partes más salientes,
cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto
eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada.
Decía Maqroll el Gaviero:
¡Señor, persigue a los adoradores de la blanda serpiente!
Haz que todos conciban mi cuerpo como una fuente inagotable de tu
infamia.
Señor, seca los pozos que hay en mitad del mar donde los peces
copulan sin lograr reproducirse.
Lava los patios de los cuarteles y vigila los negros pecados del
centinela. Engendra, Señor, en los caballos la ira de tus palabras
y el dolor de viejas mujeres sin piedad.
Desarticula las muñecas.
Ilumina el dormitorio del payaso, ¡Oh, Señor!
¿Por qué infundes esa impúdica sonrisa de placer a la esfinge de trapo
que predica en las salas de espera?
¿Por qué quitaste a los ciegos su bastón con el cual rasgaban la densa
felpa de deseo que los acosa y sorprende en las tinieblas?
¿Por qué impides a la selva entrar en los parques y devorar los caminos
de arena transitados por los incestuosos, los rezagados amantes, en las tardes
de fiesta?
Con tu barba de asirio y tus callosas manos, preside ¡Oh, fecundísimo! la
bendición de las piscinas públicas y el subsecuente baño de los
adolescentes sin pecado.
¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la
gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las
graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del
firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de
la manada. No olvides su rostro.
Amén.

(De Los elementos del desastre)














UNA PALABRA


Cuando de repente en mitad de la vida llega
una palabra jamás antes pronunciada,
una densa marca nos recoge en sus brazos
y comienza el largo viaje entre la magia recién
iniciada,
que se levanta como un grito en un inmenso
hangar abandonado donde el musgo cobija
las paredes, entre el óxido
de olvidadas criaturas que habitan un mundo en ruinas, una palabra
basta,
una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un
espeso polvo de ciudades,
hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el
hollín y anidan densas sombras,
húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.
Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí sorprende el
mudo pavor
que llena la vida con su aliento de vinagre-rancio vinagre que corre por la
mojada despensa de una humilde casa de placer.
Y tampoco es esto todo.
Hay también las conquistas de calurosas regiones donde los insectos
vigilan la copulación de los guardianes del sembrado que pierden la
voz entre los cañaduzales sin límite surcados por rápidas acequias y
opacos reptiles de blanca y rica piel.
¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras latas
de petróleo
para espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una
promesa de vigilia!
Camino del mar pronto se olvidan estas cosas.
Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos
como las ramas de un florido písamo centenario,
entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono treno
de fuente turbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de viciosos
gimnastas.
Sólo una palabra.
Una palabra y se inicia la danza
de una fértil miseria.


(De Los elementos del desastre)


AMÉN


Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.


(De Los trabajos perdidos)


NOCTURNO


Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el cinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.

(De Los trabajos perdidos)


























GRIETA MATINAL

Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la cálida tierra
a donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria
y no permitas que se evada por distracción o engaño.
Aprende a reconocerla hasta en sus más breves signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo
varada en el lodo del camino,
el hollín en los arrabales,
el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.

(De Los trabajos perdidos)


























CADA POEMA

Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.

(De Los trabajos perdidos)


OBS.: Todo o material usado foi obtido no excelente sítio Centro Virtual Cervantes, onde aqueles que gostarem da poesia de Mutis encontrarão mais informações sobre o grande colombiano.

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